Parecía de película. Karen estaba poseída, según su familia. A sus escasos 24 años un espíritu maligno la atormentaba. Ella desconocía lo que le sucedía; sus padres, también.
La chica, oriunda de Bogotá, entró en desespero hace dos meses. Extraños dolores de cabeza la invadieron. Lloraba demasiado, gritaba de dolor y hasta se desplomaba sorpresivamente. Los médicos la atendieron; los especialistas recetaron extensos tratamientos psiquiátricos que acrecentaron el problema. Los padres comprendieron que el mal de la joven requería otra clase de atención.La mujer llegó hasta Neiva, recorrió centros espiritistas y terminó en el consultorio de Maitú Yenda, un reconocido espiritista que prometió luchar contra un mal que la atormentaba.
El hombre la trasladó hasta un kilómetro apartado de Neiva, por la vía que conduce a Bogotá, y allí en medio de la maleza adelantó el ritual ante la mirada impávida de la familia.
De un vehículo de vidrios oscuros descendió Karen, su rostro se veía triste, sus ojos apagados. Un jean y una blusa de tiras era su vestuario.
“Very cundei, very cundei”, decía el hombre mientras los padres de la víctima la abrazaban en señal de protección.
Ella permanecía en silencio, lo miraba con recelo y estaba estática. Un frondoso árbol servía de testigo, mientras una llamarada iluminaba el escenario lleno de familiares y seguidores que Maitú Yenda había llevado para presenciar el exorcismo.
Todos tenían preguntas, dudas que querían resolver cuanto antes. Sin embargo era mejor esperar. El chamán había anticipado que las burlas podrían ser un trampolín para que el espíritu de Karen penetrara en cualquiera de los presentes.
Sentado en una butaca, el espiritista prosiguió el ritual. “En nombre de la divina creación del universo, con la unidad del espíritu santo, llamo para saludarlo…”, insistía al destacar “que los acá presentes serán protegidos”.
Y en especial los niños, un grupo de pequeños que estaba a escasos metros y que ungió con agua bendita para evitar tentaciones.
De inmediato, hizo que Karen empezara a caminar alrededor del fuego. Una hermana la tomó del brazo y caminaban juntas. La joven parecía reacia. Sin embargo, se dejaba mover.
Sorpresivamente del fuego salió un fogonazo y la chica empezó a llorar. Estaba desesperada y parecía incontrolable. Su familiar sujetó los brazos, mientras Maitú Yenda recitaba una retahíla de palabras por segundo que nadie entendía.
Los gritos se hacían más intensos y los asistentes se miraban entre sí y guardaban silencio. Otros opinaban con susurros y se alejaban lentamente por temor.
Maitú golpeaba suavemente el cuerpo de la poseída con dos manos de cuero, mientras ella trataba de desplomarse. El fuego seguía ardiendo, él no detenía sus manos y con voz fuerte pedía al espíritu “salirse, salirse, salirse…”
“Ese espíritu cree que podrá conmigo y no es así. Ella dijo que yo no podía con su espíritu, que no sabía, y voy a demostrarle lo contrario”, expresaba insistentemente mientras arrojaba granos de maíz sobre el cuerpo de la joven.
“Ese espíritu la tiene incómoda, bien puede ser mandado por personas que quieren hacerle el mal a ella o a su familia”.
La primera sesión terminó. Karen se veía cansada y no aguantaba más. Sin embargo, el ‘maestro’, como lo llaman, ordenó que se cambiara de ropa, una petición que fue aceptada por la familia que la llevó a un lugar apartado y cambió el vestuario.
Las prendas fueron quemadas y ella de nuevo volvió al fuego, caminó en círculo y fue roseada con agua bendita.
De inmediato, empezó a vomitar desesperadamente, su cuerpo se retorcía, los brazos se sacudían y ella seguía llorando de manera incontrolada mientras recibía pequeños golpes con las manos de cuero.
Terminado el ritual, todos empezaron a preguntar. La familia prefirió guardar silencio y se limitó a decir que el espíritu penetró el cuerpo de la chica desde hace dos meses, la mujer empezó con dolores de cabeza y los ataques eran fuertes.
El padre no quiso entregar más detalles. A la madre le importaba que Karen estuviera bien. Al menos se veía más tranquila, calmada, aunque sus ojos seguían mirando fuerte.
“¿Te sientes mejor?”, preguntó un periodista. La exorcizada se limitó a mover sus brazos en señal positiva. Su voz no se escuchó. La familia optó por retirarla de inmediato.
“Hemos recorrido muchos sitios, a Maitú lo recomendó una amiga, salvó a un niño en Bogotá”, dijeron los padres que encendieron su carro y se trasladaron a Neiva porque no querían protagonismo, solo la tranquilidad de su primogénita.
Atrás quedó el pasado, el espíritu que supuestamente encarnó a la mujer y que el chamán promete no volverá atormentarla.
(La Nacio-Colombia)
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